miércoles, 2 de noviembre de 2016

Libertad y psicoterapia

Una psicoterapia profunda se caracteriza por incrementar el grado de consciencia personal, implica desarrollar la capacidad de analizar la realidad interna y externa con el objetivo de ganar en libertad personal, esa libertad que hinca sus raíces en un pensamiento crítico y autónomo. Si únicamente se aplicaran técnicas, interpretaciones y consejos, si el psicoterapeuta se limitara a empatizar y tranquilizar al paciente, este perdería la oportunidad de desarrollar su autonomía, y por lo tanto de descubrir sus fortalezas y su peculiar manera de habitar este mundo. Mediante el análisis de la propia personalidad no sólo nos conocemos a nosotros mismos, sino que conocemos todo cuanto nos rodea; porque en la medida en la que entendemos el origen de nuestra forma de pensar y los esquemas implícitos en ella, podemos entender mejor las situaciones que se nos presentan, y procurar superar de mejor manera el reto que nos plantean. “Analizarse” es buscar la libertad, significa plantearse por qué deseamos lo que deseamos y rechazamos lo que rechazamos, por qué pensamos como lo hacemos, y asegurarnos así de que no nos comportamos como “autómatas” ni “esclavos”, sino que perseguimos nuestros sueños, y lo hacemos conforme a nuestros propios valores.


No hay mayor “esclavitud” que la ignorancia, y nada nos deja más vacíos y perdidos que la falta de contacto con nuestro yo más “auténtico”, ese yo con sus anhelos... Muchas veces es necesario un profundo análisis personal para poder clarificarlos, “¿cuáles son mis objetivos vitales?”, si no le damos respuesta a esto resulta imposible experimentar el profundo sentido de “nuestras cosas” (vivencias, acciones, relaciones, decisiones…), y es esa sensación de “sentido” a la que le debemos nuestra capacidad de compromiso. Cuando las “técnicas para alcanzar objetivos” o la autoexigencia se aplican antes de realizar este análisis, podemos estar eligiendo el camino equivocado o simplemente estar perdiendo el tiempo.

Todos hemos sido niños y por lo tanto partimos de la dependencia más absoluta. Nadie ha elegido dónde nacer ni ha venido al mundo pensando por sí mismo, todos hemos sido y seguimos siendo en gran medida “moldeados”. En la sociedad, la familia, la vida en pareja…, hay una cantidad enorme de normas, las más determinantes no reconocidas, que se adquieren inconscientemente como “modos de hacer/estar”, que no llegan a ser ideas ni mensajes verbales. La inconsciencia inevitablemente nos rodea, es común que nadie sepa lo que está sucediendo en los momentos de crisis y que se sienta miedo de descubrirlo. Al fin y al cabo nacemos y convivimos dentro de un “sistema” cuya estabilidad demasiadas veces depende de esta inconsciencia. 

Heredamos de nuestros padres formas de pensar, sentir y actuar, nuestros padres lo heredaron de los suyos y, si no hacemos un trabajo de análisis personal, lo heredaran íntegramente nuestros hijos. Es difícil cuestionar nuestras “herencias”, porque gracias a ellas sentimos que formamos parte de algo que nos da amor y seguridad, pero el precio de esta “pertenencia” puede ser demasiado alto, puede suponer sofocar nuestra individualidad, nuestras dudas y sentimientos. Citando al psiquiatra R. D. Laing en su libro El cuestionamiento de la familia (1969): “Somos una familia feliz y no tenemos secretos entre nosotros. Si somos desdichados debemos mantenerlo en secreto, y somos desdichados por tener que mantenerlo en secreto y desdichados por tener que mantener en secreto el hecho de que tenemos que guardarlo como un secreto, y porque estamos manteniendo todo eso en secreto. Pero, como somos una familia feliz, comprenderán ustedes que el problema no se plantea”. Analizar es siempre un acto de rebeldía, como lo ha sido siempre hacer preguntas, es la antítesis de la fe ciega y el seguidismo. Nos enseñan qué es “normal” y “natural”, y muchas veces parece que no caben dudas al respecto…

En una psicoterapia profunda se revisa lo aprendido, sobre todo lo que ni siquiera sabemos que hemos aprendido y simplemente damos por hecho. Porque las fantasías también se heredan y condicionan nuestra vida mucho más de lo que creemos, ya que nuestra propia identidad está construida en gran medida en base a ellas. Laing explica: “Podemos decir a alguien que sienta algo y que no recuerde que se le ha dicho (como cuando un hipnotizador le dice al hipnotizado que sentirá, por ejemplo, calor al despertar, pero no recordará que esto le ha sido ordenado). O, simplemente, decirle que es así como se siente. O, mejor aun, decir a un tercero, en presencia de ese alguien, que éste siente de esa manera”. El trato que damos a los demás genera identidades, siendo adultos podemos rechazarlas, pero siendo niños o en un estado vulnerable las asumimos como propias. Necesitamos tener en cuenta que el otro nos define constantemente con el trato que nos dispensa, y lo hace no sólo en base a sus deseos y necesidades, también a sus temores. De alguna manera todos hemos sido “hipnotizados” y todos somos “hipnotizadores”, la identidad es en buena medida una “ilusión heredada”, un “deseo del otro”. 

Suponer la libertad dentro de nuestras relaciones es algo que juega en nuestra contra, pues nos invita a dejarnos llevar sin reflexionar. Se supone por ejemplo que nuestros padres o nuestra pareja reflejan lo que somos sin intervenir con sus fantasías en su forma de definirnos, que nos conocen y nos aman, con lo que todo lo que digan puede ser tomado como “bueno” y como “verdad”. Ellos mismos pueden creer que nosotros somos “objetivos” cuando hablamos de ellos, e idealizar nuestras palabras tal y como nosotros hemos hecho con las suyas. Así, como en un juego de espejos amorosos que se miran frente a frente, las múltiples identidades mutuamente atribuidas participan en su peculiar baile de máscaras. ¿Dónde quedó el sujeto, esa persona “real” que existe por fuera de cualquier mirada? La relación entre dos personas puede llegar a ser tan poderosa como para que una de ellas se convierta en lo que la otra asume que es.

Cuando el grado de falseamiento de los propios deseos y vivencias es demasiado elevado sobreviene el vacío, la angustia y la depresión. Ante esto hay muchas formas de escape: hiperactividad, drogas, consumismo, romances…, pero ninguna de ellas funciona, sólo agravan el malestar y la confusión. La libertad total es una utopía, todos necesitamos ser queridos y valorados, todos dependemos de una manera u otra de los demás. Pero el desarrollo de la libertad personal y de un pensamiento crítico y autónomo, no solo es posible sino absolutamente necesario. Interrogarnos por las creencias, vivencias y enseñanzas que sostienen nuestros puntos de vista nos abre un abanico de posibilidades de cambio. Y como no nos vuelve respetuosos, porque nos permite relativizar “nuestras verdades”, y por lo tanto tolerar “la diferencia”, dándole al otro la libertad que también necesita.