sábado, 16 de abril de 2016

Un punto azul pálido


“Reducir al prójimo a su etnia, su raza, su religión, sus errores, sus culpas y su peor comportamiento nos ciega sobre lo que es él y sobre nosotros mismos”

Edgar Morin. La Vía. Para el futuro de la humanidad (2011)





Los terribles acontecimientos sucedidos en París hace tan sólo un par de días cuando escribo esto parecen confirmar nuestros peores temores, la guerra, adopte la forma que adopte, es el gran cáncer humano, un cáncer que hasta el momento no hemos sido capaces de extirpar. La guerra siempre parece justificada, nadie la ha considerado nunca un capricho y los que la apoyan no toman consciencia de hasta qué punto es un negocio. Los hombres fuertes, los poderosos, toman sus decisiones, asumen sus responsabilidades y dictan nuestros sacrificios en honor a sus interesados valores. ¿Por qué sólo respondemos con contundencia cuando somos atacados?, ¿no podemos responder con contundencia cuándo un genocidio sucede a nuestro lado? Las respuestas a las “crisis humanitarias” se toman bastante más tiempo y son bastante más ambiguas y parciales. Ya tenemos “un malo”, ya podemos sentirnos con derecho a mirar exclusivamente por nuestros intereses, al fin y al cabo la guerra los vuelve urgentes, para eso se ha inventado.

¿Es que alguien cree que en un mundo tan profundamente injusto y cruel como el nuestro es posible que haya paz?, ¿alguien realmente cree que nuestros “valores occidentales” son la respuesta al dolor que hay en el mundo? Nuestra civilización “desarrollada” se basa en la esclavitud, sus cimientos están podridos y los abusos que no dejamos de practicar generan un odio enloquecedor que se vuelve inevitablemente contra nosotros. “Ellos” harían lo mismo, claro, los “valores orientales” tampoco son la respuesta a nada, y los imperios del otro lado del globo son tan crueles y fanáticos como lo son los nuestros. El poder se vuelve abominable en manos humanas con sorprendente facilidad.

Identificarnos con una patria, una raza, una religión… nos enloquece, nos hace creernos distintos  y mejores que los que pertenecen a ese otro “grupo” que siempre resulta tan sospechoso. Cuando la verdad es que la tierra es nuestra patria y nuestro único hogar. El popular astrónomo Carl Sagan difundió una impactante imagen de la tierra tomada por la sonda espacial Voyager 1 desde una distancia de 6 000 millones de Kilometros, la fotografía muestra nuestra amada tierra como una pequeña mota o punto de luz prácticamente imperceptible en medio del cosmos. La foto fue tomada el 14 de febrero de 1990, Sagan publicó en 1994 un libro al que llamó, inspirándose en esta fotografía, “Un punto azul pálido: una visión del futuro humano en el espacio”, en él recoge las reflexiones a las que le llevó esta imagen:

Desde este lejano punto de vista, la Tierra puede no parecer muy interesante. Pero para nosotros es diferente. Considera de nuevo ese punto. Eso es aquí. Eso es nuestra casa. Eso somos nosotros. Todas las personas que has amado, conocido, de las que alguna vez oíste hablar, todos los seres humanos que han existido, han vivido en él. La suma de todas nuestras alegrías y sufrimientos, miles de ideologías, doctrinas económicas y religiones seguras de sí mismas, cada cazador y recolector, cada héroe y cobarde, cada creador y destructor de civilizaciones, cada rey y campesino, cada joven pareja enamorada, cada madre y padre, cada niño esperanzado, cada inventor y explorador, cada profesor de moral, cada político corrupto, cada “superestrella”, cada “líder supremo”, cada santo y pecador en la historia de nuestra especie ha vivido ahí —en una mota de polvo suspendida en un rayo de sol.


La Tierra es un escenario muy pequeño en la vasta arena cósmica. Piensa en los ríos de sangre vertida por todos esos generales y emperadores, para que, en gloria y triunfo, pudieran convertirse en amos momentáneos de una fracción de un punto. Piensa en las interminables crueldades cometidas por los habitantes de una esquina de este píxel sobre los apenas distinguibles habitantes de alguna otra esquina. Cuán frecuentes sus malentendidos, cuán ávidos están de matarse los unos a los otros, cómo de fervientes son sus odios. Nuestras posturas, nuestra importancia imaginaria, la ilusión de que ocupamos una posición privilegiada en el Universo... Todo eso es desafiado por este punto de luz pálida. Nuestro planeta es un solitario grano en la gran y envolvente penumbra cósmica. En nuestra oscuridad —en toda esta vastedad—, no hay ni un indicio de que vaya a llegar ayuda desde algún otro lugar para salvarnos de nosotros mismos.

La Tierra es el único mundo conocido hasta ahora que alberga vida. No hay ningún otro lugar, al menos en el futuro próximo, al cual nuestra especie pudiera migrar. Visitar, sí. Colonizar, aún no. Nos guste o no, por el momento la Tierra es donde tenemos que quedarnos. Se ha dicho que la astronomía es una experiencia de humildad, y formadora del carácter. Tal vez no hay mejor demostración de la locura de la soberbia humana que esta distante imagen de nuestro minúsculo mundo. Para mí, subraya nuestra responsabilidad de tratarnos los unos a los otros más amable y compasivamente, y de preservar y querer ese punto azul pálido, el único hogar que siempre hemos conocido.

Creo que Sagan nos dice todo lo que necesitamos saber para resolver el callejón sin salida en el que nos encontramos. Como lo han hecho y lo están haciendo tantos pensadores como él, nos recuerda que compartimos un único hogar y una única historia, “la historia del ser humano”, de nosotros depende salir de las cavernas en las que aun nos encontramos y darnos cuenta de que enfrentándonos no llegamos más que a nuestra propia destrucción.

La guerra jamás es una respuesta, hasta ahora las mujeres siempre hemos sido las primeras en decirlo y deberíamos seguir siéndolo, porque siempre hemos sabido lo que vale una vida. La respuesta al terrorismo, que está basado en un odio enloquecido debe ser restaurar la justicia en los pueblos de dónde sacan a sus fanáticos, si nos limitamos a bombardearlos, a incrementar nuestro racismo, a cerrar nuestras fronteras y a negar el reparto de los bienes que deberían ser comunes, estaremos cavando nuestra propia tumba. Es natural odiar al que te odia, por eso el que te odia te sigue odiando a ti, naturalmente no siempre es posible quererse pero desde luego que es posible convivir.



viernes, 15 de abril de 2016

Orgullo femenino

La incorporación de la mujer al trabajo fuera del hogar revolucionó nuestra manera de entender lo masculino y femenino. A lo largo de la historia ambos géneros se han visto definidos como opuestos y complementarios, estando siempre el hombre en un lugar de superioridad. La subordinación que hemos padecido las mujeres nos ha perjudicado a todos, ha deteriorado nuestras sociedades y ha boicoteado nuestra capacidad de amar. El ser humano necesita encontrar la manera de salir de sus prejuicios y realizarse teniendo en cuenta su potencial individual y su responsabilidad comunitaria; porque independientemente de nuestro sexo, clase social, nacionalidad, raza o religión, lo que nos hace felices es lo mismo: disfrutar de la libertad que proporciona pertenecer a una sociedad en la que todos cabemos y contamos.



Cada persona entiende la masculinidad y la feminidad de una forma peculiar, el entorno nos marca pero nosotros también participamos en esta creación de identidades con nuestros propios deseos y fantasías. Hay “masculinidades” y “feminidades”, los significados culturales e individuales se entrelazan constantemente, es por lo tanto necesario un punto de vista sociológico y psicológico para desentrañar sus complejidades. La sociedad manda y el individuo obedece, esto nos obliga a enfrentar tanto los mandatos sociales como los intereses individuales para excusarse en ellos y no actuar de una forma más libre y responsable. Porque muchas personas utilizan la “normalidad” y la “educación” como parapeto, para no desarrollar un pensamiento crítico e independiente, prefiriendo pasar desapercibidos, aprovecharse de sus circunstancias, evitar el conflicto…

El género no se construye de una vez y para siempre, no solo porque nuestras sociedades evolucionan, sino porque nosotros como individuos vamos adoptando actitudes diferentes a lo largo de nuestra vida con respecto al hecho de ser hombre o mujer. El género se forma y se reforma, por casualidad o por necesidad no somos siempre los mismos. Pero hay algo que nunca cambia, no disfrutamos de una sociedad igualitaria y, hayamos salido mejor o peor parados en este reparto injusto, es una zozobra que está en el fondo de nuestros corazones. Las sociedades más desiguales son las más infelices, las identidades sociales que antes mencionábamos regulan el acceso al poder y los recursos de una manera despiadada. Por eso seamos conscientes de ello o no hay un fondo de angustia y preocupación en nuestras vidas: ¿qué será de los desfavorecidos?, ¿podré no convertirme en uno de ellos?

El poder ha sido siempre de los hombres, y en concreto de los hombres blancos, occidentales, heterosexuales y adinerados. Es una verdad sangrante para casi todos nosotros. Esto se ha justificado de muchas maneras, la última es la “religión neoliberal” en la que el bien del rico pretende hacerse pasar por el bien común, y se equipara engañosamente el crecimiento económico con la prosperidad social. Pero siempre ha habido grandes teorías para justificar la desigualdad, históricamente bien por Dios bien por la naturaleza, cada uno ha ocupado el sitio que supuestamente le correspondía.

Al mundo le sobra testosterona y la ley del más fuerte nos conduce directos al desastre, el planeta se agota y nosotros con él. Por eso necesitamos conectar con nuestro lado más “femenino”, el que prioriza la vida por encima de todo y por lo tanto cuida de aquello que la posibilita. Ser feminista implica ser ecologista y consciente de que es esta la postura más realista a la hora de enfrentar la encrucijada en la que nuestro mundo se encuentra. Debemos ser mejores o no seremos nada, y debemos colaborar. Como mujeres es muy importante que salgamos de nuestras vergüenzas, indiferencias y pasividades, nuestros asuntos no deben ser más exclusivamente emocionales y privados, estamos llamadas a liderar. Normalmente la autoridad femenina se ha visto ridiculizada o demonizada y esto ha llevado a la mayoría de las mujeres a renunciar a ella. Nadie quiere ser “sargento”, “marimacho”, “castradora”…, parece más adecuado acabar siendo una “histérica”, “tonta”, “sensible”, “quejica”… Liderar es un reto y una obligación, pues es la única manera de sacar al sistema de su actual estancamiento. A lo largo de la historia se ha concebido al hombre como activo y a la mujer como pasiva (aunque irónicamente hayamos trabajado el doble, ¡y lo sigamos haciendo!), se nos ha dicho que la política no importa, que lo realmente importante es lo que nosotras hacemos, que es cuidar de nuestras familias; y con el anzuelo de nuestra supuesta bondad y belleza nos han encerrado y nos hemos dejado encerrar.

Cuando una manda y lo que manda surge de la certeza de que es lo mejor para todos, no debería avergonzarse de ello. Si somos las capitanas de nuestros hogares deberíamos organizarlos abiertamente nosotras mismas para que el trabajo resulte equitativo, no deberíamos esperar a que surgiera esa iniciativa de nadie más. Si entendemos que nuestra sociedad no protege al débil, que es el niño, el anciano, el pobre, el extranjero, el enfermo…, deberíamos no solo protestar sino atacar con toda nuestra furia a las autoridades que vilmente lo permiten. La agresividad femenina también ha estado históricamente muy mal considerada, nadie quiere ser “loca”, “histérica”, “bruja”…, parece más adecuado esperar pacientemente a que alguien te salve, parece más adecuado suspirar.

Las fortalezas femeninas siempre han sido las mismas: comprensión global, intuición, empatía, y sobre todo, el cuidado de todo aquello que es vital. Damos la vida y la sostenemos a lo largo de toda nuestra vida: ¿qué has comido?, ¡abrígate!, ¿has llamado al médico?, ¿esa persona te quiere?, ¿qué te pasa?... Las debilidades han sido y siguen siendo dos: la idealización del amor y de los hombres. Hemos supuesto que bastaba con ser querida, que enamorarse y tener hijos daba sentido a nuestras vidas, y que nuestro orgullo podía basarse en nuestra bondad y belleza. Hemos supuesto que ellos eran más fuertes y más valientes, que sabían más y que nos iban a proteger a nosotras y a nuestros hijos de todos los males. Hemos delegado en ellos y los hemos imitado, hemos querido ser como ellos, pero debemos preguntarnos qué significa ser “femenina” y cuál es nuestro verdadero orgullo cuando lo estamos siendo. Tenemos que aprender a salir y les tenemos que enseñar a gobernar, si algo tienen en común los “tiburones” que saquean nuestras vidas es que son todos muy masculinos, incluso ellas.