lunes, 29 de enero de 2018

El laberinto de la queja

A menudo en mi trabajo (y también en mi vida privada) me enfrento a un dilema importante, qué hacer con las quejas recurrentes. Ya sean estas propias o ajenas, observo invariablemente el desgaste que producen tanto a nivel individual ("el quejoso" en cuestión) como relacional (el que las escucha con más o menos paciencia). Mi maestro, el psicoanalista Hugo Bleichmar las definía como “el cáncer del psiquismo”, ya que impiden emprender acciones eficaces inundando a la persona de un sentimiento de impotencia muy peligroso y de difícil resolución. Para él la queja recurrente es el resultado de un enfoque equivocado sobre la realidad, ya que cualquiera de nosotros podría sentirse víctima de múltiples desdichas analizando los acontecimientos desde ese prisma. También reconocía que él personalmente tenía poca paciencia con estas cuestiones... Es curioso lo crispantes que nos resultan a casi todos este tipo de manifestaciones, sin importar cuál sea nuestra profesión o nuestras buenas intenciones. Ante la queja el primer impulso suele ser ayudar a la persona, empatizar con ella y ofrecerle soluciones. Yo diría que cuando esto surte efecto no estamos ante una “queja cancerígena”, pero cuando descubrimos que todo es inútil y la queja se sigue justificando como un desahogo o cuestión de justicia, empezamos a perder la paciencia.


Hay momentos en nuestra vida en los que nos vemos invadidos por un sentimiento de protesta/lamentación, si esto nos lleva a tomar decisiones habrá sido una fase valiosa, pero si nos quedamos atascados en nuestras reivindicaciones sin solucionarlas, estas se vuelven contra nosotros. Como nos recuerda Naomi Klein en su última obra, "Decir no no basta", a la denuncia de la injusticia (social o personal) debe seguirle una propuesta creativa. Si queremos liderar un cambio (y todos somos potencialmente lideres de nuestra propia existencia) debemos actuar. Las ideas no mueven el mundo, nadie obedece a "las palabras", las personas cambiamos, nos inspiramos, por mimetismo, porque otro "hace o deja de hacer". Debemos por lo tanto darnos cuenta de lo absurdo que resulta reclamar que se atienda y se tenga en cuenta lo que "simplemente decimos", comunicarse/relacionarse va mucho más allá de lo que hablamos, se trata más bien de lo que hacemos. Vigilemos por lo tanto los mensajes/invitaciones que lanzamos a nivel no verbal, porque ellos son los "capitanes".



Protestar por algo no es malo en sí mismo, el problema surge cuando las quejas crecen de forma descontrolada dentro de nosotros, en esos casos lo provechoso que podrían tener se pierde, ya no nos llevan a tomar decisiones transformadoras ni nos desahogan verdaderamente, sólo nos invaden. Esta invasión puede pasarnos desapercibida porque todos tendemos a autojustificarnos, especialmente en nuestros sentimientos dolorosos, y pensaremos que es “normal” que nos sintamos así, que pensemos así y que digamos lo que decimos. Sentimos que somos genuinamente nosotros, y que tenemos derecho a reivindicar nuestro malestar. Por supuesto todo esto es cierto, uno es como es y tiene derecho a sentirse como se siente, pero la cuestión es que uno puede "modelar su forma de ser", y no por la conveniencia de los demás, sino por la propia. Obcecarse en "ser uno mismo" o "auténtico" es una obsesión como cualquier otra, yo diría que tener las cosas demasiado claras demasiado tiempo... es mala señal. Más aún, no somos precisamente unos ángeles, hay aspectos de nuestra personalidad que se vuelven contra nosotros y se convierten en nuestro peor enemigo. Nuestras defensas psíquicas, al igual que las de nuestro propio sistema inmunitario, pueden "atacar/repeler" de forma equivocada situaciones que no son realmente dañinas volviéndonos "alérgicos" a ellas.


Como el cáncer, la queja suele producir “metástasis”, y la persona puede sentirse rodeada de problemas. Es importante no perder mucho tiempo abordando de uno en uno cada uno de estos asuntos y encontrar cuál es la raíz del malestar. La raíz de una problemática como esta varía: la persona puede tener un conflicto interno sin resolver que le atormenta inconscientemente, o puede estar siendo víctima de una situación concreta en su presente que le pasa desapercibida o no encuentra como encarar, o puede haber interiorizado una actitud crítica que le hace más destructiva de lo que puede reconocer... 



Sea cual sea el origen, lo cierto es que se convierte en un hábito, y como tal, es difícil de romper porque genera una serie de beneficios secundarios a los que debemos estar dispuestos a renunciar. Para mí el principal "beneficio" es “tener razón/sentirse bueno”, esto a todos nos resulta muy adictivo, y a veces por afirmarnos en nuestras “razones y bondades” perdemos cosas muy importantes: relaciones significativas, oportunidades, paz mental…




No hay una manera "estándar" de salir del "laberinto de la queja" pues, como veíamos, tras ella se esconden los conflictos más diversos. Sin embargo el primer paso siempre es el mismo: reconocer que se tiene un problema y reflexionar sobre cuál es nuestra participación para que este se mantenga. Esto al menos nos predispone a recibir la ayuda requerida para generar los cambios necesarios en nosotros mismos y en nuestras vidas. Sin embargo, ¡cuidado a su vez con la promesa del cambio!, es fácil dejarnos persuadir por la idea de que “el cambio” obra “mágicamente” y nos libra de todo pesar. La desesperación puede conducirnos a tomar decisiones poco meditadas o a poner demasiadas expectativas en el poder transformador de estas, lo cual nos vuelve a conducir a la decepción. Por ello nunca debemos perder de vista que la transformación más importante es la que logramos en nuestro interior y en nuestra manera de relacionarnos cuando reunimos el coraje de enfrentarnos a nosotros mismos.


martes, 2 de enero de 2018

Por amor propio

Cada vez parece más difícil “saber lo que queremos”, nuestro rol de clientes y consumidores paradójicamente nos está volviendo conformistas y muy poco originales, como si entre “tanta cosa” disponible nosotros mismos nos hubiéramos vuelto inasequibles. Hay demasiadas personas que no saben lo que quieren y no se animan a decidir casi nada, que pagan para que un experto les diga lo que les conviene o para que un “vidente” les lea (¿o escriba?) su destino. Hemos adquirido un rol pasivo hacía nuestros propios deseos, nos han habituado a mirar hacia fuera para definirlos, a tomarlos de la constante publicidad. Con ese “bombardeo” resulta imposible definir nuestras prioridades, y sobre todo, que realmente sean personales.


Los psicólogos también lanzamos nuestros propios mensajes: “Eres tú quien debes elegir y cultivar tus deseos, y procurar que se cumplan…” Pero ¿cómo lograr ese estado de lucidez?, ¿de dónde sacar la valentía y la fe necesaria? Por un lado en una vida vacía, que es una vida descuidada, el “amor propio” no puede desarrollarse; por otro lado donde no hay previamente “amor propio” no hay posibilidad verdadera vida. El floreciente negocio del “cuidado personal” no parece que abunde en nuestra felicidad ni en nuestra fortaleza, más bien parece debilitarnos física y moralmente. Sin duda es una empresa heroica conservar cierta autonomía en este estado de “invasión capitalista”, el sistema se está radicalizando de tal manera que prácticamente ha aniquilado la famosa libertad individual que prometía.




El problema no es ni fue nunca nuestra “actitud personal”, el problema es, como siempre ha sido, social; el ser humano aún no ha conseguido un modelo de convivencia no perverso: la explotación, la desigualdad y la violencia atraviesan nuestras vidas de una u otra manera. El reto personal es resistir, que no es poco, porque la verdadera resistencia es transformadora, ya que es contestataria, no “obedece” las normas ni se deja seducir por las mayorías. Con vosotros quiero compartir algunos “puntos psicológicos de anclaje” que creo pueden servir de aliados a este fenomenal propósito:

El Silencio
Necesitamos escapar del ruido y de tanta palabrería. Busca el silencio y la soledad para poder recuperar la capacidad de reflexionar de forma profunda y sosegada. Eso además te pondrá en contacto con tu creatividad, las buenas ideas y las mejores decisiones se gestan inconscientemente en esos espacios de aparente vacío.

Procura que el encuentro con tus seres queridos se produzca en ambientes sin interrupciones ni distracciones, así podrás conectarte emocionalmente y sentirte realmente acompañado. ¡Silencia el móvil!, la compañía de alguien requiere la misma atención y respeto que una película.

La Autoridad
También necesitamos encontrar una nueva autoridad que acalle las consignas del sistema. Lee, pero no las noticias, discute pero no veas cómo otros lo hacen en la tele. Bucea en los ensayos que no están en el mostrador de las librerías y recupera la pasión por el arte en cualquiera de sus formas.

La inteligencia y la belleza deben ser las varas para medir a cualquier líder. Si no nos cultivamos, no tendremos el criterio suficiente para distinguir a los mejores, o no podremos convertirnos en uno de ellos.



El Apego
Necesitamos volver a apegarnos a nuestros objetos y nuestra gente, cuidar de no volverlos sustituibles a la primera de cambio. ¡Que lo que te rodea te dure más que tu móvil! Encontrar una vocación, una afición, un grupo de amigos, y ser fiel a ello, nos proporciona un espacio protegido dentro del cual podemos ir siendo, sintiendo, viviendo...

Nos desarrollamos en entornos estables, pero la estabilidad no nos la da “la bolsa” sino nuestros apegos y compromisos. Elige y quédate, ten paciencia.



La Militancia
Necesitamos involucrarnos con nuestro entorno y adquirir sentido de responsabilidad social. Esto implica ejercer nuestra autoridad y nuestro mayor poder es la desobediencia. Cuando nos limitamos a delegar en nuestros representantes estamos siendo irresponsables, como lo somos cuando consideramos que es posible ser “apolítico” y permanecer al margen.

Siempre adoptas una posición, si no es en contra es a favor, la “neutralidad” es colaboración, ¡no hay manera de escaparse!



El Feminismo
Las reacciones reivindicativas son especialmente censuradas en las mujeres, fácilmente pueden acusarte de ser dominante en situaciones en las que a un hombre se le apreciaría por su capacidad de liderazgo. Ejercer el poder sigue siendo un tabú para nosotras, superarlo es algo que abundará en nuestro orgullo personal y nos hará a todos más fuertes.

¡La mitad de la población tiene mucho que aportar en este incierto viaje! Que los absurdos “pudores femeninos” no te dejen callada, libérate del miedo a ser “mala” o “tonta”, ¡o de parecerlo!

Por otro lado, sólo desde el feminismo se puede amar realmente a un hombre, de otra manera la relación con él es asimétrica e inevitablemente se va cargando de rencor. El feminismo posibilita que colaboremos de una forma fructífera y que nos valoremos mutuamente.



La Amistad
Necesitamos sentirnos importantes y si lo podemos ser para alguien es para nuestros amigos. No es

fácil, a menudo sentimos que no somos lo suficientemente valorados o tenemos miedo a que nuestra influencia resulte negativa. El miedo a dejar nuestra “huella” puede conducirnos a evitar la intimidad y a no ser lo bastante honestos. Relacionarse siempre implica algún riesgo y hay que tomarlo, si somos demasiado individualistas acabamos aislados. Debemos tener la confianza de intervenir, opinar, aconsejar… un amigo, como un ciudadano, no puede ser neutral.


En ocasiones hay que plantearse si alejamos a los demás sin darnos cuenta. Pregúntate qué les transmites, la agresividad y la amargura son grandes repelentes, si eres demasiado crítico quizá tengas tus buenas razones, pero ninguna de ellas te librará de quedarte solo. El otro es una compañía, no una solución, al igual que tu presencia es un plus en la vida del otro, no la clave de su felicidad. No te exijas ni le exijas demasiado, agradece siempre lo que te dan, y no des nada por hecho.

Cada vez hay más personas que no saben actuar cuando a un amigo le sucede una desgracia, les parece que no tienen nada que ofrecer porque no hay solución posible a su sufrimiento. Nuestros abuelos lo tenían mucho más claro, sólo tenemos que estar, que hacernos presentes, que acompañar en el dolor y en el silencio. Resignarnos juntos nos une profundamente, cuando nada se puede hacer es cuando necesitamos darnos la mano. En esta sociedad adolescente, vendedora incansable de “soluciones mágicas”, parece que si no cuentas con una te quedas en nada, cuando tenernos los unos a los otros lo es todo en realidad.



El Amor
Procura que el dinero signifique lo justo para vivir, y que tus mayores placeres no resulten caros. Vivimos asfixiados entre ofertas, imágenes estilizadas y productos que no necesitamos. La desazón que todo esto produce nos empequeñece y puede llegar a anularnos. Que todo ese ruido no te haga olvidar que el amor es lo que de verdad importa. Y no me refiero al amor romántico, que actúa como una droga, genera extremas dependencias y aturde como una obsesión, me refiero al amor que se traduce en cuidado y disfrute de las personas que te rodean. El amor que nos reúne alrededor de una mesa, en una celebración o en un bar una tarde cualquiera. El amor que es alegría.

Por amor propio todos estamos llamados a hacer de nuestro mundo un mundo mejor, y como siempre esto empieza por lo que te queda más cerca, ¡cada gesto cuenta!